Beirut, (Prensa Latina) Nunca antes se registró una historia de tanto horror como la materializada en la cárcel de Khiam durante la ocupación israelí de la zona meridional de El Líbano.
Émulos de los criminales nazis, los guardias de ese recinto penitenciario cometieron cualquier cantidad de atrocidades y desmanes contra los recluidos.
El periodista británico Robert Fisk denunció en uno de sus artículos que los sádicos de Khiam solían electrocutar a sus prisioneros al arrojarles agua y conectar electrodos donde se hallaban en jaulas metálicas.
También los mantenían en régimen de aislamiento durante meses, en celdas de apenas un metro cuadrado de área y un pequeño hoyo en el techo para que pasara un hilo de luz, indicó Fisk en uno de los reportajes.
Los guardias de la prisión pertenecían al llamado Ejército de Liberación del Sur de El Líbano, que en realidad eran traidores libaneses al servicio de los ocupantes.
El mando militar israelí prohibió en incontables ocasiones visitas de personal de la Cruz Roja y solo vino a saberse la verdad al liberarse el territorio en el año 2000.
Situado a unos pocos metros de la frontera con Israel y desde la cual se observan los territorios ocupados de las Granjas de Sheeba (El Líbano) y las Alturas de Golán (Siria), el cuartel lo construyeron los franceses en la década de 1930.
Con posterioridad, pasó a ser parte del ejército libanés hasta que, en 1984, dos años después de la invasión, el régimen ocupante israelí lo convirtió en una cárcel.
Prensa Latina obtuvo el testimonio de uno de los encarcelados, Ahmed al Madhi, quien estuvo cuatro años encerrado en lo que él llamó un infierno en la Tierra.
Al Madhi relató la historia del primer y último prisionero de la cárcel de Khiam, el militante del Partido Comunista Libanés, Suleiman Ramadán, quien permaneció recluido de 1984 a 2000.
Ramadán combatía contra los ocupantes con otros tres colegas, uno murió baleado, otro huyó y a él lo hirieron en una pierna. Se hizo pasar por pastor, pero lo identificaron y capturaron.
La gangrena hizo acto de presencia y sus guardias cortaron la extremidad a nivel de la rodilla y la dejaron sin venda o gasa alguna.
En las sesiones de tortura, vertían sal sobre la herida del combatiente y también lo golpeaban en el mismo lugar, aunque no lo doblegaron nunca, según el ahora guía de la terrorífica prisión.
El recinto llegó a tener una población penal de cinco mil personas, de las cuales 500 eran mujeres.
Dividido en tres secciones, la uno era la más temida, porque desde allí se escuchaban gritos de espanto y dolor causados por las barbaridades con que los guardias intentaban sacar información a los presos.
Otro de los métodos de suplicio consistía en encerrar maniatados a los reclusos en una pequeña caja de metal contra la que los torturadores golpeaban durante horas para atormentar sin misericordia.
Muchas de las víctimas de aquellos interrogatorios perdieron el sentido del oído y requirieron de atención médica especializada para que dejaran atrás temores sin fundamento, rayanos en la locura.
En 2006, un sexenio después de la estampida del ocupante israelí, el régimen de Tel Aviv volvió a atacar a la nación de los cedros y bombardeó esa cárcel para borrar toda huella de su infamia.
La mayoría de la edificación quedó en ruina, aunque todavía se ven el poste de azotes y las rejas de las ventanas donde a los prisioneros los ataban desnudos en el invierno y les lanzaban agua helada durante la noche.
También se recuperaron los cables eléctricos para la dinamo con la que los interrogadores torturaban a los internos con electrocuciones en manos y partes internas.
Israel niega su participación en el horror de Khiam, bajo el pretexto de que ese campo de detención lo manejaba desde 1988 el Ejército del Sur de El Líbano.
El único reconocimiento oficial de Tel Aviv corrió a cargo del Ministerio de Defensa, al revelar que personal de su servicio de Seguridad celebraba reuniones varias veces al año con guardias del reclusorio a quienes asesoraban sobre técnicas interrogativas.